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 | Por Dan Cellucci

No es mi trabajo’

Una vez, en una fiesta donde no conocía a mucha gente, estuve conversando con otros hombres sobre el trabajo. La conversación pasó rápidamente del intercambio comercial a la discusión sobre lugares de trabajo disfuncionales. Como alguien que a menudo facilita las dinámicas interpersonales para los demás, le pregunté al principal quejoso cuál era su enfoque para mejorarlo. Él respondió: “Hombre, mi filosofía de vida son tres palabras: no te involucres”.

Como personas de fe, existe – y debería haber – una tensión sobre cuándo y cómo nos involucramos en situaciones que tal vez no nos conciernen directamente. Si bien debemos tener cuidado de evitar la trampa de adoptar un “complejo de salvador”, también estamos llamados a ser “levadura” en el mundo y a vivir las bienaventuranzas. Independientemente del lugar de trabajo de cada uno, creo que existen tres oportunidades que nos ayudan a interceder en medio del drama laboral.

Purificar las emociones

Cuando somos el público involuntario de la “descarga dramática” de otra persona, ofrecer un oído comprensivo parece lo más educado. Sin embargo, puede provocar más drama y atrincherar más a la persona en su relato. En estas situaciones, podemos ayudar a la persona a aclarar su problema. Considere la posibilidad de hacer preguntas útiles que lleven a la persona con emociones exacerbadas a una articulación más coherente y constructiva del conflicto o la preocupación. Esto le permitirá ser más autorreflexivo sobre su papel en la disfunción y le capacitará para implicarse en la fuente de su consternación.

Aportar perspectiva

La queja de otra persona puede ser una puerta abierta para nuestro testimonio. Dar testimonio no significa decir a los demás lo que tienen que hacer. Es compartir nuestra historia. Ofrecer un aprendizaje o una visión de una situación similar. Esta intervención ayudará al otro a sentirse escuchado y le indicará un próximo paso más constructivo. Es importante subrayar que esta perspectiva no debe formularse como “Creo que deberías...”, sino como “Lo que me resultó útil fue...” o “De lo que me di cuenta fue...”.

Asumir la bondad

Como católicos, contamos con una creencia muy poderosa que cambia las reglas del juego: que el Espíritu Santo habita en cada uno de nosotros. Podemos asumir que, en el fondo, los demás quieren vivir plenamente como la persona que Dios les creó para ser. Comenzar nuestra respuesta al drama con frases como: “Sé lo importantes que son para ti las relaciones y por eso...” o “Sé lo mucho que crees en nuestra misión y por eso qué puedes hacer...” puede llamar a un colega a una alineación más profunda con un propósito mayor y ser un sutil recordatorio de su llamada a la santidad.

Como discípulos, no estamos llamados a ser jueces y jurados, sino pacificadores. No debemos entrometernos ni agachar la cabeza. Si podemos recordar a la gente la bondad que Dios les ha dado a través de nuestro testimonio paciente y productivo, podemos ser agentes del Espíritu Santo para ayudar a “hacer la tierra como en el cielo”.


Dan Cellucci es el CEO del Catholic Leadership Institute.

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