Un padre melancólico ha creado pronto el fondo para la universidad y tiene un plan para la jubilación. Les gusta tener las cosas claras. Anhelan —y sueñan con— el orden, la paz, la tranquilidad, la perfección.

Espiritualmente, se inspiran en los mártires y místicos que vivieron la fe de forma profunda e intransigente. Dado que los melancólicos se preocupan por el ideal, pueden tender a la escrupulosidad. Su versículo favorito de las Escrituras bien podría ser: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48).

Los melancólicos pueden tener dificultades cuando la realidad no está a la altura de sus ideales. En la vida hay zonas grises y ambigüedades. Los niños son ruidosos y arrastran barro hasta el salón, el día no va según lo previsto o no hay tiempo suficiente para investigar.

Los melancólicos suelen tener dificultades para ser flexibles cuando la vida no cumple sus expectativas. Su anhelo de perfección puede convertirse en su principal preocupación. Al mismo tiempo, sin embargo, aunque les molesten las pequeñas cosas, suelen ser capaces, fuertes y enérgicos cuando se enfrentan a una verdadera crisis. La diligencia y atención a los detalles son rasgos valorados en una persona. Como leemos en Hebreos: “Solamente deseamos que cada uno muestre siempre el mismo celo para asegurar el cumplimiento de su esperanza” (6,11).

Con su cónyuge melancólico, puede ser útil establecer una práctica constante de contar sus bendiciones y expresar gratitud a Dios. Esto es beneficioso para todos y puede ser particularmente útil para aumentar la alegría de las personas con este temperamento dado por Dios.